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Los Detectives Salvajes, Bolaño y la literatura en párrafos

TRIBUTO AL MAESTRO

Es difícil hablar de Roberto Bolaño mientras los tiros de «El Jinete Pálido» de Clint Eastwood resuenan en el salón. En realidad, se me antoja difícil hablar de la obra de Roberto Bolaño siempre, como si no hubiera palabras o yo no las conociera para describir lo que este señor hace con las voces y la literatura.

Personaje y escritor, Bolaño me es desconocido. Ni sé mucho de su vida (Wikipedia y ya), ni sé mucho de su obra. Sólo he leido dos libros, este que nos ocupa y 2666. Primero fue el último y, tras acabar esa obra inconclusa, tras sentir que algún día tendría que volver a leerlo, supe que sería imposible llegar a comprender en su totalidad lo que ese tipo tenía en la cabeza para crear lo que creó.

Por la época y el momento, no saqué ningún párrafo de aquella novela única, completa e inabarcable. Por que uno, habitualmente, espera de un escritor una voz y algún cambio de estilo. Uno confía en unos determinados patrones de estructura que guíen tu cabeza a través del papel. Con Bolaño eso desaparece, los personajes vienen y van y la obra es lo único que continúa estando ahí. Como si la novela fuera la vida, que pasa estemos o no ante ella. Como si oyéramos al árbol caer en mitad del bosque sin estar en ese puto bosque.

Es, 2666, el testamento literario de un escritor que había nacido para hacer lo que hizo, por eso, entre lecturas, uno siente que él mismo escribió su historia, que sacó fuera todas esas voces que tenía en su interior, todos aquellos «Bolaños» que no había sido porque había sido escritor, por que se había dedicado a leer, a conocer el mundo a través de las gafas y las penumbras.

Du - Das Kunstmagazin / 819

Ahora, leyendo Los Detectives Salvajes, uno entiende parte de la estructura de 2666, como si la una fuera el ensayo de la otra sin que una y otra estén relacionadas. Aquí, con los Salvajes, Bolaño cuenta una historia que no es tal: la de dos personas a las que no vemos ni escuchamos pero que existen a través de los ojos de todos sus encuentros, todos sus amigos, en una travesía vital y estúpida, muy del siglo XX, en la que todo lo que importa siempre se queda en nada. Biográfica y ficticia, absurdamente trágica, brutal de principio a fin.

Los Detectives Salvajes es un ejercicio total en el que la acción de unos protagonistas ausentes se convierte en la obra en sí. El juego, entonces, está en que la única forma que tendremos de conocer esa obra en su totalidad será a través de la visión de los otros, de los críticos, como si sólo el espectador externo pudiera entender lo que ha ocurrido, lo que ha leído.

Y ya. Poco más se puede decir sin hablar de lo que no se sabe. En realidad ni esto tendría que haber dicho. Puesto los párrafos y listos. Unos párrafos muy personales, que uno señala por lo que él ve, no por lo que verán ustedes. Por eso, si tal, ya saben, Bolaño, Roberto.

15 de diciembre

A don Crispín Zamora no le gusta hablar de la guerra de España. Le pregunté, entonces, la razón por la que bautizó su librería con un nombre que evoca hechos marciales. Confesó que no se lo puso él, sino el propietario anterior, un coronel de la República que se cubrió de gloria en dicha batalla. En las palabras de don Crispín descubro un deje de ironía. Le hablo, a petición suya, del realismo visceral. Después de hacer algunas observaciones del tipo «el realismo nunca es visceral», «lo visceral pertenece al mundo onírico», etcétera, que más bien me desconciertan, postula que a los muchachos pobres no nos queda otro remedio que la vanguardia literaria. Le pregunto a qué se refiere exactamente con la expresión «muchachos pobres». Yo no soy precisamente un ejemplar de «muchacho pobre». Al menos no en el DF. Pero luego pienso en el cuarto de vecindad que Rosario comparte conmigo y mi desacuerdo inicial comienza a desvanecerse. El problema con la literatura, como con la vida, dice don Crispín, es que al final uno siempre termina volviéndose un cabrón. Hasta allí tenía la impresión de que don Crispín hablaba por hablar.

Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, enero de 1977. Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí está. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo crítico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie.

Ahora tomemos al lector desesperado, aquel a quien presumiblemente va dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther.

Rafael Barrios, café Quito, calle Bucareli, México DF, mayo de 1977. Qué hicimos los real visceralistas cuando se marcharon Ulises Lima y Arturo Belano: escritura automática, cadáveres exquisitos, performances de una sola persona y sin espectadores, contraintes, escritura a dos manos, a tres manos, escritura masturbatoria (con la derecha escribimos, con la izquierda nos masturbamos, o al revés si eres zurdo), madrigales, poemas-novela, sonetos cuya última palabra siempre es la misma, mensajes de sólo tres palabras escritos en las paredes («No puedo más», «Laura, te amo», etc.), diarios desmesurados, mail- poetry, projective verse, poesía conversacional, antipoesía, poesía concreta brasileña (escrita en portugués de diccionario), poemas en prosa policíacos (se cuenta con extrema economía una historia policial, la última frase la dilucida o no), parábolas, fábulas, teatro del absurdo, pop-art, haikús, epigramas (en realidad imitaciones o variaciones de Catulo, casi todas de Moctezuma Rodríguez), poesía- desperada (baladas del Oeste), poesía georgiana, poesía de la experiencia, poesía beat, apócrifos de bp—Nichol, de John Giorno, de John Cage (A Yearfrom Monday), de Ted Berrigan, del hermano Antoninus, de Armand Schwerner (The Tablets), poesía letrista, caligramas, poesía eléctrica (Bulteau, Messagier), poesía sanguinaria (tres muertos como mínimo), poesía pornográfica (variantes heterosexual, homosexual y bisexual, independientemente de la inclinación particular del poeta), poemas apócrifos de los nadaístas colombianos, horazerianos del Perú, catalépticos de Uruguay, tzantzicos de Ecuador, caníbales brasileños, teatro Nó proletario… Incluso sacamos una revista… Nos movimos… Nos movimos… Hicimos todo lo que pudimos… Pero nada salió bien.

Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, calle Granada del Penedés, Barcelona, julio de 1994. Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela es señal inequívoca de muerte segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.

Imágenes del post gracias a los perfiles de Flickr de Micky the pixelFlorinda Power