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Por qué no fui a la Huelga del #29M

29M (X)

Sirva esto de descargo y explicación. Sirva de reflexión interior y exterior. Sirva de lo que sirva me siento para contar el por qué, una vez más, no fui a la Huelga. Sirva, pues, para explicar por qué no he ido a esta y por qué no fui a la anterior. Empecemos por el primer motivo: la ausencia de reflexión.

Reconozco, entonces, que apenas he pensado en la Huelga. Apenas he pensado en nada que no tenga que ver el trabajo, internet, la familia, los cuatro amigos que me acompañan y la pareja que me escucha. Soy, como ya he indicado en este blog alguna que otra vez, un tipo que le da demasiadas vueltas a las cosas. Creo en las millones de aristas y en las millones de opiniones. Tengo unas cuantas ideas claras referentes a la justicia social, la solidaridad y el estado de las cosas (económicas) y, a su vez, soy consciente de algunas de las realidades del mundo y de la posibilidad (o imposibilidad actual) de que sean llevadas a cabo.

Con esto quiero decir que creo en un cambio de sistema, en que somos capaces de crear algo mejor de lo que hay. Pero, a la vez, creo que mi guerra, si la hubiere, está en sobrevivir. Quiero crear cosas. Quiero hacer cosas. Y, para hacer esas cosas, no puedo por más que obviar otras. Dejar de lado temas que antes, cuando la edad y  la vida eran más fáciles, me llevaban los demonios y me consumían las entrañas.

No fui a la huelga 2

Llegamos, entonces al cierto cinismo político y social que me acompañan desde que esas cosas dejaran de consumirme las entrañas. Por que, como comprenderán, uno no pierde todo su idealismo de un día para otro a base de responsabilidades y expectativas. Este cinismo, por desgracia, está íntimamente ligado a la profesión que llevo o tengo: periodista.

Al ser esto he ido viendo como la propia degradación de la profesión se hacía extensa a la propia degradación social. No se alarmen, pero desde algunas atalayas los chanchullos se ven meridianamente bien. Niquelados.

Entonces, recuerdas cuando uno dijo esto y al poco dijo lo otro. Cuando eso era (y es) lo lógico pero se hace lo contrario. Cuando ves a un país destruirse poco a poco. Cuando han pasado 5 años de crisis –¡5!– y las declaraciones son las mismas, los movimientos exactos y las cagadas siguen cayendo encima de los mismos.

De ahí, pues, el segundo motivo: creo en el cambio pero sé que no seremos nosotros los que lo veamos. Sé, por que me gustan las perspectivas, que el ser humano irá a mejor y que, si no España sí en conjunto, continuaremos mejorando. Pero, ahora bien, creo que este país en particular tiene aún mucho que madurar. Y lo hará. Pero no seré yo quien lo vea.

29M (IV)

No fui a la huelga (y 3)

O no. Me explico. Quizá en unos 30 años las cosas empiecen a hacerse bien. Es evidente que España necesita ciertas cosas pero por ciertos motivos políticos (odio partidista) y ciertos motivos sociales (clasismo) eso tardará en llegar. Para eso habría que entender que yo no iría a la huelga por la reforma laboral en sí sino por algunos detalles. Que yo iría a la huelga si fueran los ciudadanos y no los sindicatos los que fueran a la huelga. Iría a la huelga para reformar el estado de esos mismos sindicatos, eliminar contratos, modificar el sistema de subsidio, cambiar y escoger un sistema educativo permanente, elegir un modelo de estado e invertir en investigación, ciencia y desarrollo. Y cambiar la ley del voto. Para eso, iría.

No iría, entonces, para perpetuar y refrendar ciertas estructuras que ya no. Ni para aupar sus ideas (en cuales de las muchas creo) para que se sigan haciendo las cosas mal. Todos, (cinismo de nuevo), beben de un mismo charco y yo, si puedo, con esa gente no me manifiesto. Pero no por que sienta animadversión/odio/loquesea por ellos, sino por que no me lo puedo permitir.

No fui a la huelga (y 4)

No me da. No me da el mes para perder un día de sueldo. No es que gaste desaforadamente ni me pase el día de compras. Tengo pocos vicios, pocas virtudes y muchas ganas de hacer cosas. Así, y con esta profesión, se imaginarán que no nado en la abundancia. Ni lo preveo. Preveo ganarme la vida con lo que me gusta para ser feliz el resto de mi vida. Para eso, ahora, por lo que veo, toca sufrir. Toca trabajar, crear, invertir horas y soñar. Toca conocer gente, aprender más cosas (no se olviden de que internet es una revolución), seguir aprendiendo más y, a la vez, vivir. Son, aunque no lo crean, muchas cosas. De cojones.

Entiendo que piensen que un día de sueldo no es mucho pero quizá por eso ustedes han ido y yo no. Entiendo que piensen que mi actitud puede tacharse de un tanto relajada, autocomplaciente e incluso, totalmente pasiva con lo que me rodea. Lo entiendo. Incluso yo mismo lo pienso. Pero, a la vez, pienso en la vida que quiero, en lo que necesito hacer y en lo que no. En lo que puedo permitirme y lo que quiero permitirme. En lo que gasto mi tiempo y en lo que no.

Y es, de nuevo, que no.

Fotos del post a cargo de Sitoo en su canal de Flickr.

España, destituciones y políticas

España-Destitucion-Politica

Los hechos: Destituyen al director del Festival de Cine de Gijón Jose Luis Cienfuegos.  El nuevo ministerio del Interior fulmina a la cúpula de la Policía Nacional. En las primarias del PSOE no habrá debates. Modificación continua de los planes educativos estatales. Derogación sistemática de leyes aprobadas por el gobierno anterior, fuese este cual fuese.

Los pensamientos: La relación entre las frases de ahí arriba es la tristeza. Tanta tristeza como destituciones o imposiciones a dedo. Tanta tristeza como los cambios a go-go en cada legislatura. Tanta tristeza como un país entero a la deriva, falto de un rumbo constante, fijo.

José Luis Cienfuegos

Todas esas cosas, como digo, están relacionadas. En todas ellas aparecen los mismos componentes: un cambio político que propicia un cambio administrativo que provoca un cambio en la sociedad. En España, concretamente, sucede cada cuatro años aproximadamente y afecta, más o menos, a todas las capas profesionales que nos podamos imaginar. Periodistas y culturetas, políticos o administrativos, educadores y trabajadores.

Todos, los unos y los otros, asistimos a una España concretamente absurda, pueblerinamente cerrada. España, la nuestra, es ese lugar en el que los puestos del poder y los del trabajo rotan no por una meritocracia digna y eficiente sino, simple y llanamente, por un «poner a los míos» donde antes estaban «los otros».

Esa conciencia de «ellos» y «nosotros», instalada en los bares y la política (que no en la calle ni la familia), es la que provoca estos mismos movimientos sísmicos estúpidos e irracionales que propician cambios como el del director del Festival de Gijón o reestructuraciones educativas (tan graves) como todas las que ha sufrido este país.

Cultura del ahora

Entonces nos encontramos con una situación aburrida en la que se critica la destitución pero no la «cultura de la destitución«. Por que, aunque nos duela, Españolandia es eso: cultura del «dedo» y no del «mea culpa». Cultura de la destitución pero no «de la dimisión». Cultura escasa y antigua, anclada en un pasado que en este país siempre pareció ser mejor.

Lo habitual es pensar que, por definición, quien no es nuestro amigo o conocido es un soplapollas. Y así. Pensar que los tuyos lo harán mejor sin saber qué hacían los otros. Perder el tiempo, los recursos y los dineros en un continuo inicio que terminaría por desesperar al mismísimo Sísifo.

Porque en este sacrosanto país funcionamos en modo Windows. Cada poco, por tanto, nos toca reiniciarnos, volver a comenzar y «resetear» el sistema. Limpiarlo y desfragmentarlo. Volver a instalar programas, a contratar gente, a formar empleados. A empezar, en resumen, de cero, sin un plan previo, sin una estructura a largo plazo.

¿Cómo podemos, entonces, esperar una evolución como país, como sociedad, si cada cuatro años se desanda lo andado? ¿Cómo saldremos de esta y de otras siendo un país de extremos, en el que los puntos medios, el diálogo o los pactos brillan por su ausencia? ¿Cómo progresar en un país repleto de expertos, del «yo más» y el «tú no»?

Rubalcaba mitin en Sabadell

¿Y ahora qué?

La imposibilidad, por tanto, se perfila en ese horizonte repleto de sol y tapas del que tanto nos gusta presumir. Y eso, al final, cala en una sociedad acostumbrada a vivir al día. Dónde se premia al pillo y al listo. Dónde importa ganar dinero pero no crearlo. Donde la creencia más absoluta es que las cosas son sencillas de hacer, de inventar y desarrollar. Por eso, creemos en el mal pagador y en lo efimero. ¿Para qué consolidar un equipo de trabajo con sus rutinas y procesos cuando el pensamiento general es que «otros» lo pueden hacer mejor? ¿Para qué realizar una transición elegante y progresiva, en la que se dejen las cosas atadas, en la que los equipos convivan para crear un proyecto mejor, formado de ganas e ideas? Para nada. Sobre todo cuando la creencia última en este país es que TODA esa gente lo hace TODO mal. Aunque los datos digan lo contrario. Aunque los expertos alaben su trabajo. Aunque todo, hasta ahora, fuera bien.

Buscando el beneficio inmediato, el aplauso de la grada, hemos olvidado que la vida es una carrera de fondo para seguir trincando del presente. Y a eso se agarran. Como animales que somos, tendemos a obviar el futuro y los análisis. Vivimos de un presente que se nos desmorona a cada paso: normal, nunca nos preocupamos de apuntalarlo porque nosotros ya hemos pasado por ahí.

No importa, claro está, cuales fueran los méritos de unos o los méritos de otros. El problema, de nuevo, es ese revanchismo innato que tenemos dentro. No importa el progreso conjunto, la visión de estado o la evolución positiva de las cosas. Lo único que importa es la concepción política del fútbol, la división en dos equipos y la batalla asegurada. Lo único que importa, al final, es el sálvese quien pueda a grito pelado y enchufes en la mano. Sin más.

Fotos: En Flickr gracias a Social Ice y a… ¡ConRubalcaba!