Tres Españas y una Reforma Laboral

De toda la vida he escuchado lo de las dos Españas. Esa verdad, enmascarada en metáfora guerracivilista, nos muestra una parte de nuestro carácter y un mucho de estas últimas décadas. Hoy, con la Reforma Laboral (así, en mayúscula) serpenteando entre muros, timelines, titulares y conversaciones, asoman en mi cabeza conversaciones de los últimos tiempos y noticias de las últimas horas. Y ahí es cuando aparecen estas dos Españas que hoy, por obra y decreto del Gobierno se transforman en tres. Tres Españas que son una: esa que se sumerge en el paro, la generación perdida y la incertidumbre. La misma que quiere progresar, cambiar y crecer. Y aquí estamos.

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De toda la vida he escuchado lo de las dos Españas. Esa verdad, enmascarada en metáfora guerracivilista, nos muestra una parte de nuestro carácter y un mucho de estas últimas décadas. Hoy, con la Reforma Laboral (así, en mayúscula) serpenteando entre muros, timelines, titulares y conversaciones, asoman en mi cabeza conversaciones de los últimos tiempos y noticias de las últimas horas. Y ahí es cuando aparecen estas dos Españas que hoy, por obra y decreto del Gobierno se transforman en tres. Tres Españas que son una: esa que se sumerge en el paro, la generación perdida y la incertidumbre. La misma que quiere progresar, cambiar y crecer. Y aquí estamos.

La economía es un tema complicado. Valga la perogrullada para explicar mi posición al respecto de muchos temas: no puedo hablar de determinadas cosas porque las aristas que tiene ese mismo tema son tantas y tan profundas que cualquier opinión dada por mi se dejará fuera un buen número de puntos de vista objetivos, plausibles y, probablemente correctos. No puedo, tampoco, tirar de ideología por que de lo que hablamos no es de sociedades sino de la economía de una sociedad. Esa sociedad, ese sistema, se sustenta conforme a unas determinadas reglas que tampoco voy a discutir. O no ahora.

Por tanto, cuando la Reforma Laboral tomó forma en la pantalla, acudí a la primera opinión que tenía a mano. Esa opinión, ese libro, se llama Nada es Gratis y es un texto que trata, según reza su subtítulo, de cómo evitar la «década perdida tras la década prodigiosa». Está escrito por un grupo de economistas y blogueros que ponen forma a los mil y un problemas de este país (siempre desde un punto de vista económico) para ir aportando soluciones (también desde una perspectiva económica).

En sus páginas, articulaban el problema del empleo bajo muy diferentes premisas: una de ellas aseguraba que, simplemente, el modelo económico español no puede sustentar tasas de paro mucho más bajas de las que tiene ahora. Es decir, lo de antes, lo de la construcción y eso, ha sido un momento puntual en el tiempo y ya. Por eso, durante todo el libro se maneja el cambio en el modelo productivo para que, en realidad, pueda darse un cambio en el modelo económico. Una vez explicado, los autores de Nada es Gratis, argumentan tres causas fundamentales en el paro de nuestro país:

       – Los costes del despido y la temporalidad.
       – La negociación colectiva; y,
       – Las prestaciones por desempleo junto con las políticas activas.

Estos tres puntos son los que han articulado la Reforma Laboral que ha presentado el Gobierno y esos tres puntos son los que explican que España se divida en tres: los que apoyan la reforma, los que la desapoyan y los que quieren más.

Para aquellos que sonríen, esta Reforma Laboral es la panacea a todos nuestros males aunque eso no signifique que los males vayan a desaparecer por verbigracia o publicación en el B.O.E. Para ellos, como es lógico y normal, los empresarios son la clave del sistema, y son ellos los que harán que salgamos de este pozo. Según este grupo, entonces, este decreto del Gobierno no hace más que poner las cosas en su sitio, sentando las bases para un modelo económico más productivo, que permita a las empresas mayores márgenes de maniobra, de despido mientras que sigue protegiendo al trabajador (en relación a otros países de nuestro entorno).

Mientras tanto, los que hoy quieren barricadas de salón, creen que con esto lo único que pasará es que este próximo lunes cientos de empresarios se levantarán de sus camas con un boli en el bolsillo y un contrato de rescisión del ídem entre manos. El paro aumentará, el trabajador perderá y el país se irá, definitivamente, al garete. Lugar que, por cierto, conocemos bastante bien.

Por otra parte, se sitúan aquellos que simplemente creen que esto no es más que un remiendo a una mortaja ya empañada y bien usada. Según esta tercera parte de una misma España, la Reforma Laboral no arregla ninguno de los males descritos: mantiene múltiples, variados y confusos contratos laborales, bonifica a empresas sin ton ni son, posterga la cultura de la subvención y nos deja en mitad de la nada huérfanos de padre, madre y empleador. Lo suyo, para ellos, hubiera sido una agresividad plena, con cambios profundos en todos los sectores.

Y así, de nuevo, como otras tantas veces, uno se queda con la sensación perdida de quien cree que entiende parte sin acabar de comprender el todo. Entiende que se quiera proteger al empresario porque, si fuéramos justos y razonables, lo que un empresario debe querer no es más que su progreso y, para eso, necesita del crecimiento laboral y personal de sus empleados.

Entiende que los tiempos han cambiado (aunque no sepamos porqué o de quien es culpa) y que la velocidad a la que se mueve la sociedad no puede permitir estructuras tan interesadas y parciales como unos sindicatos que, en los últimos años, no han hecho más que cavarse a base de subvención y compadreo una tumba de la que le será difícil salir.

Entiende, también, que esa tumba en la que entran los sindicatos es un problema de muchos ya que, al final, unos sindicatos fuertes (pero mayoritarios, creíbles y pegados a la realidad) evitarían muchos de los desmanes que ocurren y que ocurrirán.

En cambio, nos encontramos con un país en el que una juventud herida se enfrenta a una empleadocracia reticente al cambio, en la que se postergan estructuras de poder y salariales que no se adecuan a lo que reciben los nuevos miembros de esa misma estructura. Una España, o tres, en la que en muchas ocasiones se piensa más en la estabilidad laboral que en el progreso profesional. Una España que aún cree en trabajar 30 años en una empresa, con trienios y futuros, olvidándose de arriesgar y crecer, de seguir hacia adelante y progresar, confiando y creyendo en que, si tu jefe crece, tú creces con él. Algo, por otra parte, sustentado en 20 años de picaresca, listeza y pufos en los que se ha fraguado la imagen (real) de que el trabajo es un castigo, el jefe es un cabrón y a ti te encontré en la calle.

Aquí, un repaso a las diferentes Reformas Laborales (muchas y variadas) de nuestra historia, elaborado por La Vanguardia.

Habla ahora y comenta para siempre. No me seas tímido...

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