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El Día de los No Periodistas

Dia-Periodista

Walter Cronkite, 1916 - 2009

San Francisco de Sales murió cansado. Este santo, alejado de la estética quemada y perseguida de muchos de sus homólogos, vivió bien y se retiró cansado de evangelizar. Quizá, y sólo quizá, se retiró después de ver como sus palabras salían de su boca para acabar en ninguna parte. Algo parecido a lo que le ocurre al periodismo actual, una profesión denostada por sus propios miembros, agotada en cambios que no entiende y sobresaturada de opiniones. Una profesión que, simplemente, ha dejado de ser. El periodismo, por tanto, no existe.

El Quién.

Pongamos que fuéramos una profesión normal. En esa profesión los futuros periodistas saldrían con una idea clara sobre lo que tienen que hacer al llegar a su puesto de trabajo. Sabrían escribir una noticia y encajar el titular. Sabrían ponerse delante de una cámara sin pestañear y locutar toda una noticia sin trabarse ni una sola vez.

El periodista, en cambio, navega durante sus años de carrera en un sin fin de estupideces que no llegan a aportar absolutamente nada al desempeño de su profesión. Ese es el precio a pagar para que un OFICIO termine por convertirse en un estudio superior.

La extraña mezcla de profesiones que es el periodismo (mitad escritor-comunicador, mitad intelectual-enteradillo) convierte al periodista en un tipo que mucho-mucho pero poco-poco. Se encuentra, por tanto, desubicado durante sus primeros años de profesión. Aunque le hayan educado para esto, él no sabe muy bien qué es exactamente esto. Y esto, concretamente, es una profesión tan inabarcable que hoy en día es tan intrusista como todos los intrusistas que el mismo periodismo denuncia. Así, no es raro que muchos hagan periodismo para terminar en un gabinete de comunicación (algo más cercano al marketing que a lo que nos ocupa). Tampoco es extraño que hagamos periodismo para acabar desempeñando trabajo de oficina mientras recogemos teletipos. Y también es normal que muchos hagan periodismo para terminar en un Sálvame cualquiera. Y eso, de nuevo, no es periodismo. Aunque ellos sí sean periodistas.

Qué.

Durante esta crisis que nos asola (porque nos asola) el periodismo ha sido golpeado una y mil veces. Fuimos los voceros de la crisis, los alarmistas que pusimos hace cuatro años ya los tipos grandes a cuatro columnas y ahora, llámenlo karma, nos toca sufrir las consecuencias.

Ahora, por tanto, en plena revolución y brecha digital, nos encontramos con una profesión/industria que como otras muchas debe afrontar una reconversión tan profunda que aún nadie sabe en qué acabará. Los periódicos se mueren de verdad y cada lector en la necrológica es un euro menos en la recaudación.

A esta situación (cambio social, revolución digital) se une otra aún más graciosa: la intermediación empresarial en el medio periodístico ha terminado por cercenar una profesión que, en manos honestas, es digna de mencionar, alabar y proteger. Pero eso, claro está, tampoco es así.

Dónde.

En cualquier medio. En cualquier empresa de comunicación. Si los diseñadores hablan de «ese diseñador» que todos llevamos dentro y que nos lleva a opinar del trabajo de los demás, con el periodismo pasa exactamente igual. Estos ojitos que ahora teclean el WordPress han visto a Directores Gerentes cambiar titulares (¡¡DICTAR TITULARES!!) mientras el periodista transcribía firmemente la estupidez sin sentido de ese Gerente sin dirección. Estos ojitos y estas manitas, han visto realizar editoriales y artículos a rabia viva, sin pensar en los datos, los detalles, las causas y los porqués. Este todo, este periodista, ha visto llorar a periodistas por una mención equivocada de un anunciante (¡llorar!) o el despido arbitrario de un buen juntaletras por la contratación (arbitraria) de un buen juntaideologías.

journalist interviewing people

Cuando.

Imagino que de pasar, esto comenzó a pasar cuando se terminó de perder la sacrosanta división entre el periodista y el sujeto noticiable. Lógico, por otra parte. Dicen de los corresponsales que cada poco tiempo deben dejar el lugar donde «corresponsalean» para evitar mimificarse con el medio, para evitar perder la objetividad y el baremo sobre la importancia de las cosas.

En el día a día del periodismo, en cambio, sucede lo contrario. Como los políticos que se insultan en el pleno y chanchullean en el pasillo, los periodistas han convivido con los objetos de sus noticias para terminar haciéndose amigos, compañeros y compadres de esos a quien, más que hablar, debían vigilar.

Así, cuando el periodismo comenzó a opinar dejó de «periodistear». Las «fuentes» y su secretismo se han convertido en la excusa perfecta de muchos para decir lo que quieren, para herir cuando quieren y para ejercer de caprichosos príncipes destronados que se creen con poder de ser un quinto poder. Pero ni eso.

Porqué.

Por lo anterior. Por la unión del dinero y los aires de grandeza, porque un periodista, como cualquier otro profesional quiere medrar y crecer y cuando unos crecen mucho, simplemente, deja de haber hueco para los demás.

Por si fuera poco, los cambios tecnológicos en la profesión y el aumento del volumen de la información hacen que muchos «jefes» no sepan en realidad de la sobrecarga de trabajo que llevan sus empleados. Ellos, los jefes, encorbatados y barrigudos, vivieron una época dorada en la profesión en la que aunque cada vez había más información (llegando desde múltiples puntos) ni de lejos se parecía al hoy y al mañana: millones de informaciones desde millones de puntos diferentes a lo que se une una constante evolución en las herramientas que debe utilizar el profesional para estar al tanto de lo que pasa.

Para rematar, como causa de la primera, esos sueldos de pocos hacen que la calidad de vida de un periodista de provincias (y de muchos de Madrid fuera de los grandes medios) no tenga nada que ver con la que se podía esperar de una persona que, no lo olvidemos, debería estar (si el periodismo sigue siendo eso, periodismo) para informar y mantener alerta a la sociedad. Para eso, aunque muchos no lo crean, se necesita tiempo de reflexión, espacio para la documentación y apoyo desde la jefatura. Y de eso, como sabrán, no hay.

Cómo.

¿Cómo salimos de ésta o cómo ha pasado esto? Para salir de ésta la única solución que nos queda es la adaptación al medio que tienen enfrente. El periodista debe encontrar su propia voz, su freelance way of life y asociarse con otros para crear las noticias que considere oportunas. Internet nos demuestra que hay un público para todo. La noticia y la reflexión tienen espacio, público y remuneración.

Para saber cómo ha pasado esto nada más tenemos que echar un vistazo a los periódicos o a los organigramas empresariales de los grandes medios: empresas entretejidas con innumerables intereses en innumerables ámbitos que impiden el desarrollo de la profesión porque siempre (siempre) acabarás tocando la tecla que no debes.

Eso, más el descubrimiento del todo vale, en el que el periodismo se acerca a la calle para terminar gritando como ella, nos hacen una profesión descubierta, una profesión muerta que debe reinventarse para, ya si eso, celebrar el Día de los Periodistas. Y no como ahora, cuando lo único que debemos celebrar es el Día del No-Periodista.

Fotografías: 1º El periodista Walter Cronkite retratado por John McNab. Flickr. 2º Kewei SHANG. Flickr.