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España, destituciones y políticas

España-Destitucion-Politica

Los hechos: Destituyen al director del Festival de Cine de Gijón Jose Luis Cienfuegos.  El nuevo ministerio del Interior fulmina a la cúpula de la Policía Nacional. En las primarias del PSOE no habrá debates. Modificación continua de los planes educativos estatales. Derogación sistemática de leyes aprobadas por el gobierno anterior, fuese este cual fuese.

Los pensamientos: La relación entre las frases de ahí arriba es la tristeza. Tanta tristeza como destituciones o imposiciones a dedo. Tanta tristeza como los cambios a go-go en cada legislatura. Tanta tristeza como un país entero a la deriva, falto de un rumbo constante, fijo.

José Luis Cienfuegos

Todas esas cosas, como digo, están relacionadas. En todas ellas aparecen los mismos componentes: un cambio político que propicia un cambio administrativo que provoca un cambio en la sociedad. En España, concretamente, sucede cada cuatro años aproximadamente y afecta, más o menos, a todas las capas profesionales que nos podamos imaginar. Periodistas y culturetas, políticos o administrativos, educadores y trabajadores.

Todos, los unos y los otros, asistimos a una España concretamente absurda, pueblerinamente cerrada. España, la nuestra, es ese lugar en el que los puestos del poder y los del trabajo rotan no por una meritocracia digna y eficiente sino, simple y llanamente, por un «poner a los míos» donde antes estaban «los otros».

Esa conciencia de «ellos» y «nosotros», instalada en los bares y la política (que no en la calle ni la familia), es la que provoca estos mismos movimientos sísmicos estúpidos e irracionales que propician cambios como el del director del Festival de Gijón o reestructuraciones educativas (tan graves) como todas las que ha sufrido este país.

Cultura del ahora

Entonces nos encontramos con una situación aburrida en la que se critica la destitución pero no la «cultura de la destitución«. Por que, aunque nos duela, Españolandia es eso: cultura del «dedo» y no del «mea culpa». Cultura de la destitución pero no «de la dimisión». Cultura escasa y antigua, anclada en un pasado que en este país siempre pareció ser mejor.

Lo habitual es pensar que, por definición, quien no es nuestro amigo o conocido es un soplapollas. Y así. Pensar que los tuyos lo harán mejor sin saber qué hacían los otros. Perder el tiempo, los recursos y los dineros en un continuo inicio que terminaría por desesperar al mismísimo Sísifo.

Porque en este sacrosanto país funcionamos en modo Windows. Cada poco, por tanto, nos toca reiniciarnos, volver a comenzar y «resetear» el sistema. Limpiarlo y desfragmentarlo. Volver a instalar programas, a contratar gente, a formar empleados. A empezar, en resumen, de cero, sin un plan previo, sin una estructura a largo plazo.

¿Cómo podemos, entonces, esperar una evolución como país, como sociedad, si cada cuatro años se desanda lo andado? ¿Cómo saldremos de esta y de otras siendo un país de extremos, en el que los puntos medios, el diálogo o los pactos brillan por su ausencia? ¿Cómo progresar en un país repleto de expertos, del «yo más» y el «tú no»?

Rubalcaba mitin en Sabadell

¿Y ahora qué?

La imposibilidad, por tanto, se perfila en ese horizonte repleto de sol y tapas del que tanto nos gusta presumir. Y eso, al final, cala en una sociedad acostumbrada a vivir al día. Dónde se premia al pillo y al listo. Dónde importa ganar dinero pero no crearlo. Donde la creencia más absoluta es que las cosas son sencillas de hacer, de inventar y desarrollar. Por eso, creemos en el mal pagador y en lo efimero. ¿Para qué consolidar un equipo de trabajo con sus rutinas y procesos cuando el pensamiento general es que «otros» lo pueden hacer mejor? ¿Para qué realizar una transición elegante y progresiva, en la que se dejen las cosas atadas, en la que los equipos convivan para crear un proyecto mejor, formado de ganas e ideas? Para nada. Sobre todo cuando la creencia última en este país es que TODA esa gente lo hace TODO mal. Aunque los datos digan lo contrario. Aunque los expertos alaben su trabajo. Aunque todo, hasta ahora, fuera bien.

Buscando el beneficio inmediato, el aplauso de la grada, hemos olvidado que la vida es una carrera de fondo para seguir trincando del presente. Y a eso se agarran. Como animales que somos, tendemos a obviar el futuro y los análisis. Vivimos de un presente que se nos desmorona a cada paso: normal, nunca nos preocupamos de apuntalarlo porque nosotros ya hemos pasado por ahí.

No importa, claro está, cuales fueran los méritos de unos o los méritos de otros. El problema, de nuevo, es ese revanchismo innato que tenemos dentro. No importa el progreso conjunto, la visión de estado o la evolución positiva de las cosas. Lo único que importa es la concepción política del fútbol, la división en dos equipos y la batalla asegurada. Lo único que importa, al final, es el sálvese quien pueda a grito pelado y enchufes en la mano. Sin más.

Fotos: En Flickr gracias a Social Ice y a… ¡ConRubalcaba!