Vacaciones. La vida en agosto de 2013.

Si se te escapa la idea, el pensamiento, si la postura no es la correcta, se te va lo que quieres decir, se te escapa entre las entrañas. Si cambia la canción y suena el teléfono, si el compás se descompasa, pierdes el hilo y todo se evapora. Comienza de nuevo.

Iba yo a escribir de algo, antes de poner título ni nada, por que me entró el arrebato tratando de no pensar mientras estaba en el sofá pensando. Iba a hablar, probablemente, de Gomorra, la película que acabo de ver. De su juventud perdida, del libro que leí hace tanto que no recuerdo y de lo poco que me gusta olvidar lo que leí cuando ya hace mucho que lo leí.

Mantengo, de lo que leo, ideas generales, gustos y pequeños momentos de placer, pero no cosas concretas, no imágenes exactas o diálogos. Con lo visto, en cambio, mantengo momentos que re-reconstruyo una y mil veces, alterando lo visto en la película, adaptando el guión a mi propio vocabulario y creando, en fin, una puta anécdota de un jodido tiroteo en La Jungla de Cristal.

Iba a hablar, antes de que sonara el teléfono y la canción pasara, de que hoy me pillo un segundo turno de vacaciones. Una semanita para desconectar de lo indesconectable que es haber montado una empresa y estar, contínuamente, esperando a que pasen cosas. A que salga ese proyecto que nos merecemos. A que acepten la idea que sacamos. A que esto de la ilusión y el buen trabajo sirva para crecer, seguir, progresar. Por eso, al final, tus vacaciones acaban por convertirse en el descanso de un delfín, con un ojo abierto y otro cerrado, con medio cerebro adormilado y el otro, a su pedo, pensando en el que será de lo que ahora es.

Y ya. Que bastante es para haber perdido por el camino el verdadero motivo de esta sentada. Iría a hablar, si acaso, de dos notas de libros que fueron o están siendo leídos.

Sería «El Amor en los Tiempos del Cólera«, otro libro de ese señor apellidado Márquez capaz de hacer bailar palabras como quien mece marionetas, y que me trastornó con la calurosa historia de un amor alargado, sexualmente diociochesco (¿?), tan caribe que rezumaba ese sudor húmedo que más que sudor es una pátina que te recubre el alma.

Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.

Florentino Ariza se acordó de una frase que le oyó de niño al médico de la familia, su padrino, a propósito de su estreñimiento crónico: “El mundo está dividido entre los que cagan bien y los que cagan mal”. Sobre ese dogma, el médico había elaborado toda una teoría del carácter, que consideraba más certera que la astrología. Pero con las lecciones de los años, Florentino Ariza la planteó de otro modo: “El mundo está dividido entre los que tiran y los que no tiran”.

Entonces supo Florentino Ariza que en alguna noche incierta del futuro, en una cama feliz con Fermina Daza, iba a contarle que no había revelado el secreto de su amor ni siquiera a la única persona que se había ganado el derecho de saberlo. No: no había de revelarlo jamás, ni a la misma Leona Cassiani, no porque no quisiera abrir para ella el cofre donde lo había tenido tan bien guardado a lo largo de media vida, sino porque sólo entonces se dio cuenta de que había perdido la llave.

Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.

Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. -¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. -Toda la vida –dijo.

O «En América«, de Susan Sontag, uno de esos que te desconcierta en el inicio para luego servirte una reflexión lentamente entretenida sobre el rejodido devenir de una diva europea que con conciencia o sin ella (estamos en ello) intenta el más difícil todavía en ese nuevo mundo que ahora es el nuestro.

A veces una necesita que le den una bofetada auténtica para dotar de realidad a lo que siente. Cuando la vida la emprende a golpes contigo, te dices que así es la vida. Te sientes fuerte, quieres sentirte fuerte, lo importante es seguir adelante.

Sorprenderte de que algo exista realmente significa que parece del todo irreal. Lo real es aquello de lo que no te maravillas, no te desconcierta: no es más que la tierra seca que rodea tu pequeño charco de conciencia.

La debilidad de cualquier vínculo con el pasado es quizá lo más sorprendente de los americanos. Les hace parecer superficiales, triviales, pero les proporciona una gran fuerza y confianza en sí mismos. No se sienten empequeñecidos por nada.

2 Comments

  • Mi amigo médico va a visitar a un querido anciano paciente que estaba agonizando. Le cogió de la mano y con honda preocupación sabiendo que le quedaban horas o minutos de vida le dijo al oído: » Doctor es que hoy No he obrado…..
    Buenas vacaciones Alex,
    Beasocialmedia

    • ¡Gracias Bea! Aunque las vacaciones pasaron a mejor vida y ahora toca lo de siempre… 🙁 ¡A darle chicha al Microbio!

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